



La historia se centra en ese amor tan profundo que los protagonistas (Oki y Otoko) vivieron y que de una forma u otra, marcó el curso de sus vidas. Otoko, en el momento en que se reencuentra con Oki, lleva una tormentosa relación con su pupila Keyko. Este tercer personaje es el hilo conductor de todo lo que ocurre después y factor desencandenante de la tragedia.
En la calle A. Gutiérrez, Barrio McDonnald un avispado miembro de Aullidos de la calle (pa´más señas: Fred Núñez) caminaba con toda su humanidad a altas horas de la noche. Con el ceño fruncido (pensando en nuestros auspicios), llenándose los pulmones de humo (no fuma, pero sí respira el aire cruceño) y a paso vivo, de pronto se vio enfrentado a la realidad del hombre común y corriente, a la incertidumbre de una familia promedio, en la puerta de una casa se había colgado un letrero que en letras grandes decía: "¿Quién fue el hijo de puta que envenenó a mi gato?".
Sigamos con las necesidades del internauta moderno:Amor, traición, nobleza, se entremezclan para llegar al final de una historia que te mantiene en vilo durante toda su proyección. Este filme ganó el Oscar a Mejor Película Extranjera este año y ha sido ganador de innumerables premios más, todos ellos merecidos gracias a sus excelentes actuaciones, un guión ESPECTACULAR, una dirección impecable para una ópera prima y además, se trata de una película dotada de ese "algo", de esa "magia" particular que hoy en día casi no se siente cuando vas a sentarte a una butaca de cine.
Dirección y guión: Florian Henckel von Donnersmarck.
País: Alemania.Año: 2006.
Duración: 144 min.
Género: Drama.
Interpretación: Martina Gedeck (Christina-Maria Sieland), Ulrich Mühe (capitán Gerd Wiesler), Sebastian Koch (Georg Dreyman), Ulrich Tukur (teniente coronel Anton Grubitz), Thomas Thieme (ministro Bruno Hempf), Hans-Uwe Bauer (Paul Hauser), Volkmar Kleinert (Albert Jerska), Matthias Brenner (Karl Wallner), Herbert Knaup (Gregor Hessenstein).
Estreno en Alemania: 23 Marzo 2006.
En Santa Cruz la podés conseguir en el videoclub NetMovie. http://www.netmovie.com.bo/
Angélica no será que en lugar de la verdad
nos cuentan algo inventado
Angélica Mérida vos
Como último acto de fe, le pregunté si estaría dispuesta a empezar un tratamiento, aunque sea por la tranquilidad de su familia. “Estás mal de la cabeza. Mi familia vive encabronada conmigo. Yo comprendo que se preocupen porque estoy chavita, pero es mi vida, hago con ella lo que quiera. Empezar un tratamiento significaría que me hagan engordar como una vaca, todo el sufrimiento por el que he pasado no habría valido la pena. Sería nada. ¿Entiendes?”.
Semejante conversación no es sorprendente en muchos países, las Anas se siguen multiplicando, Internet se ha convertido en un medio válido para crear webs, blogs, para enviar tu mensaje al mundo. Luego de una proliferación descarada de sitios Pro Ana y Pro Mía, la red empezó a censurar dichos lugares bajo el criterio de que perjudican al internauta e inducen a la muerte. A pesar de que cualquier intento virtual de glorificar la enfermedad queda menguado tarde o temprano, las Anas y las Mías del mundo siguen unidas en sus comunidades, en sus círculos sociales más inmediatos. Sin embargo, mi interés estaba en descubrir cómo viven las cruceñas una enfermedad de estas características.
El primer escollo con el que me encontré fue: ¿dónde conseguiré mis anoréxicas? Esta es una ciudad-pueblo todavía, aquí todos aparentan ser felices, fieles, castos y puros. Hay que pelar la cebolla despacito para que aparezcan las lágrimas. Y eso fue lo que hice. Santa Cruz vivirá de las apariencias, pero la chismografía es su otro arte. Es así que conseguí a Lorena (20). La contacté por teléfono, le expliqué el motivo, le juré y le perjuré que su verdadero nombre nunca saldría de mis dedos y que toda la información que me diera sería debidamente manejada. Después de mucho insistir, Lorena cedió. Nos juntamos en un boliche y mientras yo me servía una hamburguesa, la muchacha se limitó a un vaso de agua mineral, después de todo, estábamos en confianza ¿no? Lorena es de clase media alta, bonita, flaquita y se nota que va al gimnasio. “Mirá, a mí me inició una amiga cuando estaba en colegio. Yo nunca he sido gorda pero igual es difícil no preocuparse cuando subís un kilo o dos”, comentó. Sí, es difícil, pensé. “La familia, los amigos, todos si te ven por la calle te dicen: “estás más gordita”. Da rabia, sabés. Que se sientan con ese derecho y que te jodan”. Ajá, era comprensible, y además cierto. Hasta ese momento, todo tenía mucha lógica. “De ahí te obsesionás. Y bajás, y bajás. Yo ahorita peso 54, pero he llegado a pesar 43 y mido casi 1´75 m.. Vos ves a Carla Morón con ese cuerpazo, a Cecilia Sanabria que ya tuvo un bebé y no podés dejar que vos que sos más joven estés peor que ellas”. Bueno hija, le dije, pero de ahí a matarte de hambre hay un trecho largo. “Al principio no es así, empezás haciendo una dieta, o por lo menos, eso me pasó a mí. Luego, cuando acordás, dejaste de comer y perdés peso como loca”. Lorena sólo consume ensaladas y frutas, cuando mucho. Alguna vez, cada cierto tiempo, come carne para seguir teniendo energía. “Puedo ir al gimnasio porque consumo algunas vitaminas y anfetaminas que una amiga me pasó”. Le pregunto escandalizada si sabe lo que las anfetaminas le hacen a su cuerpo. “A mí no me ha pasado nada hasta ahora, además mi amiga las consigue de una farmacia que es de un pariente suyo, así que son de buena calidad”. Le explico que el problema no es la calidad sino el daño irreparable que se está provocando. “No me importa. Eso es lo que hago y punto. Además, no soy la única. Tengo amigas que se han hecho hasta liposucción. Peladas conocidas de acá”, dijo a la defensiva.
Alejandra (24) es un caso más severo, pertenece al grupo de aquellas que han bordeado los territorios desconocidos de la muerte. “Lo mío fue grave. Una cosa horrible, estuve muriéndome, con una sonda en la nariz…Me llevaron a Argentina para que me haga un tratamiento porque sino me moría”, dijo, un tanto asombrada de su relato. “Dejé de comer, de verdad no comía nada. Me daba asco todo, hacía harto ejercicio. No podía dormir, me deprimí, lloraba todo el tiempo…llegó un punto en que deseaba matarme, si no lo hice fue por falta de fuerzas y de medios”. Alejandra me muestra fotos donde se la ve cadavérica y ojerosa. “Mirá, estoy flaquísima ¿no? Te juro que yo me sentía enorme, gorda, una chancha”. Le pregunto si ahora, después de casi cuatro años de esa experiencia, aún se siente gorda. “Pucha, ¿sabés qué es lo peor? Sigo sintiéndome gorda, sigo con las ganas de dejar de comer, de hacerme la opa a la hora del almuerzo o de la cena, si aumento un kilo me quiero morir. Es que vos no tenés idea cómo es vivir con esto. La comida ocupa mi pensamiento más que mi cortejo o mi trabajo. Pienso en lo que debo comer, en lo que puedo comer y en lo que me gustaría comer. Es una huevada, pero es así”.
Si esto parece mucho dentro del alegre vivir cruceño, Sonia (19) tiene más datos reveladores. “Oye, yo tengo amigas que se pasan pastillas y esas cosas. Al principio pedí consejo a una de ellas, pero no quiso decirme nada…Después, otra amiga me dijo qué hacer y perdí como 8 kilos en dos semanas y algo. Conozco peladas que usan la cocaína para mantenerse. Dicen que quita el apetito. A mí me han servido las pastillas, pero me dejan cansadísima. Hay días que no puedo ir a la U porque no tengo fuerzas”. Se podría pensar que el estado de Sonia ya debería despertar las sospechas o la preocupación de su familia. “No se han dado cuenta de nada. Piensan que estoy flojeando o que me desvelo mucho. Mi mamá hasta está contenta de que estoy menos gorda. Dice que cualquier rato me puedo hacer pasar por modelo con mi pinta”. Interpelada sobre la existencia de la enfermedad en Santa Cruz, Sonia cree que las chicas que la padecen son más de las que uno se podría imaginar. “Uju…son hartísimas, yo conozco hartas. Que dejan de comer dos, tres días. Hay otras que hasta no toman ni agua porque las hincha. Cuando vos vas a los boliches, al tiro te podés dar cuenta quién es o quién no es…yo las reconozco”. Con semejante panorama quise preguntarle si ella pensaba seguir así toda su vida. “Sólo sé que no quiero ser gorda. Después los pelaos de acá se burlan o no conseguís cortejo. Las peladas son malas también, cuando estaba en colegio me decían cosas feas…bien feas. Acá si no tenés buena pinta no existís, aunque tengás plata. ¿Quién creyera no?”. Me pareció que era hora de preguntarle si era feliz. Sonia puso cara de circunstancia y sus ojos se le aguaron. “No soy feliz…pero cuando era gorda, tampoco era feliz. Así que prefiero ser una flaca infeliz”, dijo con algo de humor lloroso.
Todos los testimonios fueron producto de una “cadena” de “recomendaciones”. Es decir, ni bien llegué a una de ellas, el resto vino casi por sí solo. Estas chicas pertenecen al mismo círculo de amigos/parientes, aunque tienen una diferencia de edad entre ellas. Lo que lo hace más alarmante. Incluso quedaron muchas Anas y Mías en el tintero, personalmente tuve una compañera en la U que se sabía era anoréxica, intenté contactarla pero me dijo que no deseaba dar su testimonio porque todavía no conseguía vencer la enfermedad, y se sentiría “careta” al hablar de algo que no controlaba. Ella es madre, tiene una hija de 4 años…un esposo, un perro, ahora una profesión y, aún, vive atada a la comida. Muchos creen que el tema pasa por la vanidad, pero la raíz de este mal subyace en un profundo dolor, una carencia afectiva, baja autoestima y distorsión de tu entorno que es canalizado con el “control” que se ejerce sobre tu cuerpo. Angelina Jolie tiene un tatuaje en su veintre que dice: “Lo que me alimenta, me destruye”…se ha convertido en una “thinspiration”, pero lo que algunos nos preguntamos es: “qué va a pasar el día que la famosa Angelina Jolie sufra un paro cardiaco y deje en la orfandad a sus cuatro hijos?”.
Las Anas y las Mías añoran alcanzar la "triple F" (Felices, fabulosas y flacas), dedican esfuerzos interminables para convertirse en ángeles o princesas (así se llaman), su vida se resume en lo que comen y en lo que no comen, sin embargo, todas ellas no se dan cuenta de que lo único que han conseguido es construir ladrillo, a ladrillo, una prisión. Donde no son ni princesas, ni ángeles...sino pequeñas niñas solas, tristes, atormentadas y esclavas de la balanza. Una imagen que para el resto del mundo es tan desoladora como la muerte misma. Anas y Mías del mundo uníos...pero que sea para salvar sus vidas.