Por: Irma Velasco P.
Sobre el ring, los luchadores son dioses, que por ciertos instantes representan la llave para entrar en la naturaleza, son el gesto puro que separa el bien del mal. [1]
Halcón de Plata llega desde el fondo del escenario acompañado por el aplauso del público. Una mascara color violeta oculta su rostro y un traje ajustado de brillos y diseños estrafalarios hace más visible su musculatura. Sube al cuadrilátero y se dirige al público, mientras saluda deja ver claramente que sus muecas son prudentes y respetuosas. Todo indica que forma parte del equipo de los técnicos (los buenos).
Entre tanto, su adversario se acerca a la arena con actitud provocadora. “Con ustedes, Gitano” - anuncia eufórico el presentador- “un luchador furibundo, si le das la mano te la lee, aunque quizás te la arañe...” , dice para destacar que éste pelea a favor de los rudos (los malos).
Entonces, Gitano lanza un grito, eleva los brazos y muestra al público sus puños en señal de su furia, una, dos y hasta tres veces, reiterativamente.
Precisamente, la insistencia de las acciones es una de las principales características de este deporte - espectáculo, explica el semiólogo Roland Barthes en su ensayo Mitologías.
“El luchador se apoya en explicaciones episódicas que ayudan a leer el combate a través de gestos, actitudes y mímicas que llevan la intención al máximo de su evidencia. Los gestos aclaran las posibles significaciones y forman el más inteligible de los espectáculos: la lucha libre”, escribió el autor.
Sobre la arena, la primera pelea de Los Titanes del Ring ha comenzado. Gitano extiende la mano para saludar a su rival y aprovecha ese momento ético del enfrentamiento para traicionar a Halcón de Plata, con una llave que lo deja imposibilitado.
“El rudo más que emoción, busca el odio del público y el recurso más común para lograr ese efecto es el de obviar las reglas y traicionar constantemente el concepto de lealtad”, explicó el luchador Juan Mamani (gitano).
La traición expone, a su vez Barthes, existe en la lucha libre a través de signos excesivos como el hecho de patear al vencido, aprovechar una pausa oficial para atacar al adversario por su espalda, o traicionar un gesto de amistad como el de estrechar las manos, porque el mal es el clima natural de este espectáculo.
“En la lucha libre pasa igual que en la vida: si no existiera la maldad no habría bondad, sin sol, no habría luna. En la arena, si el rudo no hiciera las cosas sucias, el técnico no podría hacer el bien, por eso el mal juega un rol tan importante”, dijo entre risas Comando Zavala, luchador rudo.
Cuando Mr Atlas entra en la escena del combate, los niños desbordan de alegría. “¿Estas bien?”, le pregunta uno, a tiempo de acercarle un vaso con agua. “Si todo tranquilo”, contesta éste, dotado del semblante del mítico héroe que pelea por las fuerzas del bien”.
“Yo soy el ídolo de los niños. Cuando los malos interpretan su papel, mientras más se hacen odiar, más felices se sienten. Yo en cambio, me hago admirar y querer como a los súper héroes de los dibujos y las películas”, comentó Daniel Torrico (Mr Atlas).
A sus 63 años, Mr Atlas lleva 40 décadas sobre el ring y es tetracampeón nacional.
“Comencé a pelear con 13 años, cuando en 1965 llegaron a La Paz los grandes de la lucha mexicana. Particularmente recuerdo a Huracán Ramírez, que fue quien me apadrino y motivo a pelear, debido a que tenía las condiciones físicas necesarias”, recordó Torrico.
Gracias a que conserva el estado físico que llamó la atención del mito mexicano, Mr Atlas puede defenderse de su rival.
Sobre el cuadrilátero, Comando Zavala domina la lucha. Tras haber doblegado a Mr Atlas, lo mantiene inmóvil debajo de sus rodillas. El buen deportista golpea el piso exaltadamente para exponer al público su situación intolerable.
De pronto, el rudo libera a su victima y toma enseguida un látigo para continuar con su tortura. El público grita eufórico “Y... fuera”, sabe que utilizar aquel artefacto no está permitido.
Mr Atals está cansado, sale del ring para ganar tiempo. Los niños se le acercan y le dan animo. Cuando el técnico regresa al centro de la pelea respira con dificultad y mientras jadea es tocado por el látigo nuevamente.
“Mr Atlas no respira bien y Comando Zavala, no le pregunta cómo se siente”, relata el locutor generando un abucheo en las tribunas. El público no soporta más, su conducta ruin debe ser castigada. “Castigo”, se escucha desde el fondo.
Entonces, Mr Atlas se incorpora, corre hacia las cuerdas y sube a la esquina desde donde toma impulso, hace una figura acrobática en el aire y cae sobre su adversario, a tiempo de asegurarse de que la caída retumbe en el cuadrilátero.
Toma el látigo de las manos de Comando Zavala y lo golpea tanto que éste se escabulle por un costado para salir del cuadrado. Mr Atlas lo persigue entonces fuera del escenario y el público continua su grito eufórico de “castigo”.
“Dejamos que los rudos nos golpeen para luego reaccionar. Cuando lo hacemos, les damos su merecido y hacemos justicia, eso es lo que tiene que entender la gente, ese es el papel del luchador en el espectáculo”, señaló Torrico (Mr Atlas).
Según el teórico francés este espectáculo tiene como objetivo representar un concepto puramente moral: el de la justicia. “Se trata de cobrar al villano toda su traición y deslealtad. “Hazlo sufrir”, “hazlo pagar”, se escucha gritar a los presentes. Mientras más baja es la acción del malo, más satisfactorio es el golpe de revancha para el público”, destaca en su Mitologías.
Comando Zavala corre alrededor de la arena, ostentando al público su dolor. Entre sollozos y quejas muestra su pecho marcado por el látigo.
“Tenemos que actuar para darle vida al espectáculo. Pueden existir muy buenos luchadores pero si no tienen la capacidad de expresarse no le dan sentido a la pelea. Por ejemplo yo, con los chicotazos que recibo tengo que mostrar sufrimiento porque al público le gusta el dolor”, Comando Zavala.
Por su parte, el semiólogo francés explica que la lucha libre es el único deporte que exterioriza al extremo la imagen de la tortura. Pero se trata tan solo de eso, una imagen sobre el campo de juego. El espectador no desea el sufrimiento real del combatiente, sino que disfruta con la perfección de la iconografía del dolor.
“El luchador rehén de su adversario, retenido por una postura cruel (un brazo doblado, una pierna atascada) ofrece la figura descomunal del sufrimiento; como una piedad primitiva, deja ver su rostro exageradamente torcido por una aflicción intolerable”, describe el autor.
Frente a la última pelea de la noche, el público grita en un solo arrebato. Los ánimos fueron exacerbados al ritmo de los instantes más apasionados del combate, tanto que a su fin, vuelan por el aire botellas y sillas de plástico.
Momento entrañable que describe Barthes en sus Mitologías: “La amplificación retórica y el énfasis en las pasiones, (..) sólo pueden derivar en la más barroca de las confusiones. (...) En una suerte de fantasía desenfrenada donde los reglamentos, las leyes del género, las cesuras del árbitro y los límites del ring son ignorados, y llevados a un desorden triunfal que inunda la sala (...)”
La pelea ha terminado, las imágenes repetidas en la continuidad del espectáculo confluyen en una caótica escena en la que se confunden técnicos, rudos, árbitros y público.
Cada cual parte satisfecho con la certeza de que en la vida no hay secretos, nada queda en la sombra, la justicia es fácil de entender: si traicionas, tienes que pagar.
[1] Roland Barthes, Mitologías. París, ed. Seuil, 1957.
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