miércoles, noviembre 08, 2006

Hoy día tuvimos una buena noticia, en medio de tantas cosas que últimamente nos salen medio pataleando...Alexeis Sánchez, profesor de la Escuela Nacional de Teatro en Bolivia y docente regular de algunas universidades de Santa Cruz, tuvo la gentileza de brindarnos algunos de los textos que componen su libro, que todavía está en proceso, llamado "20 minificciones y un extraño cuento de amor". Siempre es lindo un aporte así, sobre todo porque son escritos que tienen su magia y que seguramente inspirarán al lector que pase por este post. Y, además, porque es un adelanto de una obra que tendrá su par físico, en papel. Muchas gracias, Alexeis!...

"El prisionero de la isla"
Inspirado en un detalle de Apuntes para el fin, obra dramatúrgica de Jorge Cardigan

Llevaba tanto tiempo en la celda del castillo, que para no volverse loco, se buscó un pasatiempo: matar las hormigas que salían del hormiguero en el piso.
Exterminó decenas, centenares, millares, cientos de miles; hasta que la última hormiga asomó su cabeza y salió. Cuando ya su dedo hacía contacto con su cuerpo, en el último instante, le perdonó la vida. Sonriendo sin saber porqué, la vio escapar por debajo de la puerta...
Un gran silencio llenó la isla. Ni una voz se escuchaba en la cárcel o en el exterior.
Siete días después, trepó hasta la altísima ventana y miró hacia el patio de la prisión: vio esparcidos, los cuerpos de prisioneros y guardias. Estaban aplastados como por la mano o el pie de un gigante...
El prisionero saltó de la ventana y se abalanzó sobre la puerta de su celda.
Seguía cerrada.

Ella y Él

La Soledad lo había perseguido, sin descanso, durante toda su existencia.
En su lecho de muerte, él le preguntó con su último aliento:
- Por qué a mí?
Ella se ruborizó, bajó sus ojos, y le contestó:
- Porque te he amado toda la vida...

Las Amigas
A partir de una anécdota de F.S.B. en el libro Claves de la dinámica mental

Aunque llevaban más de un año trabajando en la misma oficina y en mesas contiguas, sólo en el último mes habían intimado.
Aprovechaban al máximo el tiempo del almuerzo, y los instantes en los que se quedaban a solas, para conversar sobre los más variados tópicos.
Así habían comenzado a compartir temas trascendentales.
Ese día, sin poder aguantar por más tiempo lo que constituía su mayor preocupación existencial, una miró con fijeza a la otra y le preguntó:
- Tú crees que seres superiores a nosotras nos han creado?
La aludida, sin pensarlo ni un instante, le respondió:
- No, yo soy atea!
Entonces, un gran silencio se instaló entre las dos computadoras.

Edípica

Hizo lo imposible, para no tejer el hilo de su existencia con las palabras escuchadas del oráculo.
Cuando a pesar de todo su esfuerzo las profecías se cumpliero, frente al espejo, comprendió que nadie puede luchar contra su destino.
Decidió, entonces, sin perder más tiempo, operarse la miopía.

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